Pude ver en tus pupilas reflejado ese tren, que te aguardaba paciente en esa estación cualquiera, situada en cualquier punto de esa vía que es la vida.
Hubiese deseado con todo mi corazón, que el momento fuese eterno, ya que su final, significaba dejar de tenerte a mi lado. Sin embargo, este sentimiento me hizo sentirme egoísta. Y es que, con él, cortaba las alas a tu libertad. A ese descanso por el que tu fatigado cuerpo luchaba en el último periodo de tu vida.
Ninguna palabra acudió a nuestros labios, ya que nada había que decir. Sabíamos que no era un adiós, solo un hasta la vista. Y que más adelante, cuando ese tren que ahora te esperaba tras los cristales del vestíbulo de la estación, avanzase en su recorrido, allí estaría yo esperándote en otro lugar. Dispuesto a compartir tu asiento de viaje, tal y como compartimos ayer una vida.
Puedo ver en tus ojos la preocupación de si seré feliz mañana sin ti. Veo la vacilación en tu semblante, por lo que con expresión animosa, tomo tu mano y la acaricio entre las mías, dejando que tomen de mi cuerpo el calor que necesita el tuyo. Ese aliento que solo el amor puede producir, y que hace descansar en paz los corazones más preocupados.
Veo en tu rostro de nuevo imágenes de ayer, que pugnan por volver a mostrarse ante mi otra vez. Y no las desecho. No hay nada en ellas de lo que deba arrepentirme. Nada que pueda acusarme de haber obrado mal. Pero tú quieres dejarme constancia de tu paso por mi vida. ¿Es que temes que te olvide? Olvidaría antes que cada mañana amanece, olvidaría antes respirar.
Siento alivio cuando veo que tu rostro ya no presenta tanto temor a ese viaje que vas a emprender. Yo también he perdido en parte el temor a que te vayas. Sé que el vacío que dejas, será algo profundo, pero que el tiempo se encargará de ir llenando, porque esta vida es así. Solo deseo que seas feliz allí donde estés. Con esa simple certeza, mi alma descansará. Esperaré paciente, hasta que en mi caminar divise a lo lejos esa estación en la que volveré a ver el tren que ahora te lleva, y subiré a él, buscándote ansioso entre la gente, sabiendo que nuestro amor me guiará hasta ti.
Ya te avisan. Ha llegado el momento. Un último beso antes de salir a los andenes. Tu paso decidido hacia la puerta del tren que te espera abierta, sin prisa, pero inexorable. Vuelves los ojos hacia mi. Veo a la luz del sol que atardece tus mejillas brillantes. Sé que son las lágrimas que surcan tu rostro. Con un movimiento reflejo, me limpio mis mejillas y veo que también están mojadas.
Me acerco a la ventanilla del tren, para conocer el asiento en el que te asientas. Esbozas una sonrisa triste, a la que correspondo con otra más triste aún. No, no es fácil la despedida.
Un ruido de puertas dando un fuerte portazo, me devuelve a medias a la realidad. Un médico con expresión apesadumbrada, me mira fijamente y me dice:
-Lo lamento, señor, su mujer ha fallecido.
Pero yo te miro con los ojos cerrados, reclinada en tu asiento y respondo sin tener constancia de ello:
-No ha muerto, doctor. Solo se ha dormido en su asiento de viaje.